martes, 16 de septiembre de 2008

Los popolocas de Almolonga

Los popolocas de Almolonga

Para los antiguos mexicanos, popoloca significaba "hablar lenguaje tartamudo". De los aproximadamente treinta mil popolocas del país, en Almolonga, Tepexi de Rodríguez, comunidad enclavada en la semidesértica mixteca poblana, viven alrededor de dos mil cuatrocientos personas, y de éstas sólo los ancianos conservan el idioma autóctono porque los jóvenes fueron despojados de su lengua materna en las aulas.

Almolonga está lejos de todo, perdida en la obscena miseria del sureste poblano, sitio en el que, a diferencia del explosivo fenómeno migratorio que se da en la región, muchos de sus habitantes no se van no porque no quieran, sino porque la pobreza no se los permite. Lo que los popolocas de esta comunidad, al igual que los de San Felipe Otlaltepec y San Antonio Ahuatempan tienen cerca, es el Centro de Readaptación Social. Almolonga también está cerca de sus divinidades puesto que los lugareños veneran al Señor de Huajoyuca, el segundo viernes de Cuaresma.

En Almolonga viven Teodora y Teresa García Sosa, hermanas, viudas y mayores de setenta años, quienes detentan con orgullo el idioma popoloca y la técnica de manufacturar petates. De su lengua materna dicen que está muy mal que sus nietos ya no lo quieran hablar, que se nieguen a aprenderlo. A veces ellos mismos las reconvienen: "Ya no hables así abuelita que pareces indita; pareces gallina cacaraqueando." Los muchachos que ya no platican en el antiguo idioma y que tampoco dominan el español, se ríen de ellas. Lo bueno, dicen las menudas mujeres, es que en el albergue escolar los maestros sí les enseñan popoloca a los niños y éstos ya aprendieron a cantar el Himno Nacional en el idioma autóctono.

EL PETATE

Los habitantes de Almolonga, que históricamente han detentado la milenaria tradición de manufacturar petates (esteras entretejidas de palma), están a punto de perder también esta técnica que ha dado origen al necrológico término "petatearse", debido a la práctica de origen prehispánico de enterrar a los difuntos envueltos en un petate, costumbre que no ha desparecido de las regiones más pobres de nuestro país, es decir, las indígenas. La influencia del petate en la vida nacional es tan profunda que ha dado paso a diferentes expresiones como "llamarada de petate" y la de "asustar con el petate del muerto".

En Almolonga sólo Teodora, Teresa y otros ancianos, continúan con el oficio que aprendieron desde la niñez en el que el petate les ha servido de cama, mantel y mortaja. Los abuelos las enseñaron a hacer petates y ahora los jóvenes, así como no hablan el popoloca, tampoco saben cortar palma en el cerro para manufacturar petates. Teodora y Teresa salen a cortar la palma que cargan en la espalda. Ya en casa la tienden en el patio de cuatro a ochos días para secarla, luego empiezan a tejer y una vez terminado el petate, que queda crudo, debe ser cocido en una olla de barro colocada en tlecuile (fogón). Antes de que hierva el agua doblan el petate para que quepa en la boca de la olla, lo amarran y lo introducen, dejándolo por más de una hora. Cuando la producción sobrepasa los cinco petates éstos son colocados en un horno al que le embarran lodo y le ponen agua para cocerlos. Con el cocido la trama de los petates queda cerrada y fuerte. La cadena final del proceso queda en manos de los mestizos de San Juan, quienes llegan a Almolonga en calidad de intermediarios para revender los petates al doble del precio que pagaron en el tianguis de los martes del Moralillo (a las afueras de Tepexi de Rodríguez).

EL PETLAMETE

Antes las casitas de Almolonga eran de palma. Eran chozas que se hacían con horcones de quiote de maguey, mecates de palma, palma y una especie de petate largo con cintas de colores que servía de pared llamado petlamete. Dentro de las casas se dormía y se cocinaba, salvo en la temporada de Todosantos en que la cocina era utilizada para colocar la ofrenda a los difuntos, consistente en tamales, flores de cempasúchil, memelas, fruta, pan, calabacita y ceras.

Cuesta trabajo imaginar que la pobreza en Almolonga era más grande de lo que es ahora. Sin embargo, para Teresa y Teodora García Rosas, antes era peor. Recuerdan que durante su infancia apenas se vestían con lo que llevaban puesto, a tal grado que, cuando iban al río a lavar su ropa tenían que esperar a que se secara para volvérsela a poner. En aquella época sólo sembraban maíz, frijol y trigo que no les alcanzaba para nada; apenas podían hacer una memelita para engañar la tripa. Sus papás andaban con la yunta en las tierras comunales y recuerdan que las cañas de maíz apenas les llegaban a la cintura (las dos mujeres no pasan del metro con treinta centímetros de estatura).

ENTOMOLOGÍA

Mientras la civilización occidental ve en los insectos plagas a las que hay que exterminar, los popolocas encuentran una fuente alimenticia de alto contenido proteínico en chapulines, jumiles y texcas. Rodrigo Vázquez Peralta nos indica la técnica para atrapar los saltarines chapulines: "Por lo regular se les captura muy de mañana con mayor facilidad cuando sus miembros están muy entumecidos por las bajas temperaturas de la noche y la madrugada, por cuestión estética se les vacía en un recipiente con agua en donde van soltando un líquido de color oscuro por su boca. Limpios y escurridos se asan y se rocían con sal; se consumen aderezados con gotitas de limón adquiriendo un sabor más agradable." (Recetario de la mixteca poblana, Ed. Dirección General de Culturas Populares, México, 2000).

En esta tierra extremadamente árida los popolocas también consumen larvas de mariposa, gusano de rompebota, larvas de escarabajo, larvas de avispa y chicatanas arrieras, hormigas que se preparan en salsa y en caldillo. Para darle sabor a los magros alimentos están el chile loco o chile parado y el chiltepín, ambos extremadamente irritantes.

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